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Caminando desolado por las calles, Alberto encontró a un viejo amigo de su padre, el señor Juan.
Caminando desolado por las calles, Alberto encontró a un viejo amigo de su padre, el señor Juan.
El niño estaba triste y angustiado. El anciano, andando a su lado, le preguntó la razón de su tristeza.
- ¡Nada va bien! – respondió Alberto. – ¡Parece que el mundo va a desmoronarse sobre mi cabeza! Estoy de vuelta del hospital donde fui a visitar a mi madre y el estado de ella necesita cuidados. Mi padre esta desempleado y los gastos con el hospital aumentan cada dia causándonos preocupación.
Si no fuese bastante eso, aun fui mal en un examen en la escuela y no sé si voy a pasar de curso. |
Hizo una pausa y, con la voz embargada por la emoción, conteniendo a toda costa las lágrimas, concluyó:
- Como el señor puede ver, tengo motivos de sobra para estar desesperado. El bondadoso hombre oyó sin interrumpir el desánimo del niño. Enseguida miró para el cielo y dijo: - Observa. Las nubes pesadas son anuncios de una lluvia breve.Debemos apresurarnos. Alberto miró para lo alto sin gran interés. Oscuras y pesadas nubes habían tomado todo el cielo. Indicando que no tardaría en llover.
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Alberto miró para el compañero y, no resistiendo más, dejó que las lágrimas corriesen por su rostro, lavándole el alma. El anciano lo abrazó y permanecieron así por algún tiempo viendo la lluvia caer.
- Muchas gracias, señor Juan. El señor me ayudó mucho. Ya estoy bastante mejor y más optimista. Se separaron amistosamente. El hombre estaba a camino de su trabajo y el niño tenía que ir a la escuela para saber el resultado del examen. Más confiado, Alberto se dirigió al colegio y tuvo una grata sorpresa: ¡Fue aprobado! Lleno de alegría, corrió para casa y contó al padre la novedad. El padre, que también andaba preocupado, se mostraba más alegre porque tenía la promesa de un empleo. - ¡Qué bueno, hijo mío! También tengo buenas noticias. Un amigo mío está necesitando a un ayudante y me invitó para trabajar en su taller. No sé mucho de mecánica, pero tengo buena voluntad y voy a aprender, hijo mío. Más tarde, ellos fueron al hospital a llevar las buenas noticias para la madre que, ciertamente, quedaría muy feliz. Otra sorpresa agradable. El médico estaba bastante optimista y les aseguró que, si todo continuaba bien, después la paciente recibiría el alta del hospital. Para felicidad del chico, el señor Juan fue también a visitar a su madre y le contaron las novedades. Y Alberto concluyó: - El señor tenía razón. ¡Las cosas cambian y es preciso tener fe en Dios! Ahora está todo bien. ¡La tempestad pasó! |
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