Al llegar al final de nuestra vida, todos quisiéramos poder mirar hacia atrás y decir que hemos hecho bien las cosas. Y todos guardamos, en lo más hondo de nuestro ser, la necesidad de dejar algo de nuestra persona en el mundo, el deseo de perpetuarnos, tal vez a través de unos hijos, o quizá habiendo hecho grandes cosas que pasen a la Historia.
Sin embargo, pocas veces nos damos cuenta de que muchos pequeños detalles de nuestra vida cotidiana pueden dejar mucha huella en el futuro. Nuestra caridad hacia el prójimo, los momentos que compartimos con quienes necesitan una palabra de apoyo y consuelo, cuando estudiamos para ser buenos profesionales, cuando decidimos dedicar nuestro tiempo gratuitamente a los demás… tantas y tantas cosas que pasan desapercibidas aparentemente, pero que pueden tener muchísima importancia para las personas con las que nos cruzamos en la vida. Se trata, en suma, de una actitud permanente que nos convierte en buenas personas. Es lo que, en términos evangélicos, llamaríamos “dar buen fruto”.
DEJAR HUELLA
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