martes, 12 de noviembre de 2019

LA LEYENDA DEL JESUCRISTO PINTADO POR LEONARDO DA VINCI








Cuando se supo que Leonardo Da Vinci iba a representar la Última Cena y que necesitaba modelos para pintar a Jesucristo y los doce apóstoles, una gran cantidad de personas se presentaron como voluntarios. El artista quiso empezar con Jesús, por lo que escogió a un modelo de apenas 20 años. El joven tenía una cara inocente, reflejaba paz e inocencia, y estaba libre de las marcas que la vida va dejando en el rostro.
Cuando Da Vinci terminó de pintar a Jesucristo siguió buscando otros modelos para representar al resto de apóstoles, dejando al más complicado, Judas, para el final. Tardó unos seis años en pintar a los once apóstoles. Cuando le tocó el turno a Judas, buscó sin suerte a un modelo con una cara fría, dura, y a ser posible marcada por cicatrices que evocaran la traición, la avaricia. Cuando andaba desesperado por no encontrar a nadie semejante, un amigo le dio una pista.
-Leonardo, tengo lo que buscas. En el calabozo de Roma hay un hombre que está sentenciado a muerte y reúne las características que buscas. ¡Es perfecto para Judas!
Leonardo, sin pensárselo dos veces, fue hasta el calabozo y encontró lo que había estado buscando. Aquel hombre tenía el pelo largo, un cuerpo maltrecho, una mirada asesina y la cara marcada por los estragos de la vida. Tras elegirle, permitieron al reo trasladarse al estudio del pintor mientras durara su trabajo.
Día tras día, el artista iba dando pinceladas maestras a la representación de Judas mientras el modelo le miraba en silencio. Cuando Leonardo terminó de pintar el cuadro y llamó a los guardias para que devolvieran al prisionero a los calabozos, este se resistió y cayó de rodillas ante el pintor. Le gritó desesperado.
-¡Leonardo! ¡Mírame bien! ¿Es que no me reconoces? -Da Vinci negó con la cabeza. No recordaba haber visto a aquel hombre antes de la visita al calabozo¡Soy yo! ¡El joven al que hace siete años elegiste para ser el modelo de Cristo!



jueves, 31 de enero de 2019

"¿TENER RAZÓN O SER FELIZ ?"




Eran las 8 p.m. en una concurrida avenida. Una pareja va retrasada para cenar con unos amigos.
La dirección es en un rumbo que no suelen frecuentar por lo que ella consultó el mapa antes de salir.
Él conduce y Ella le orienta, le indica que gire en la siguiente calle a la izquierda.
Él argumenta muy seguro que es hacia la derecha. Inicia la discusión y casi al instante Ella calla y Él decide girar a la derecha.
En pocos minutos Él se da cuenta de que estaba equivocado. Aunque es difícil admite que tomó el camino equivocado, al tiempo que inicia el retorno.
Ella en silencio le sonríe con camaradería.
Una vez que llegaron a la cita y se disculparon por el retraso la noche transcurrió grata y amena.
Cuando habían emprendido el camino de regreso Él, aún apenado pregunta:
-Estabas segura de que tomaba el camino equivocado, por qué no insististe para que me fuera por el correcto?
Ella responde: 
– Con el retraso y el congestionado tráfico que encontramos los ánimos estaban calentándose, estábamos a punto de una agria discusión si insistía más.¡Y habría estropeado la noche!  Entre Tener Razón y Ser Feliz, prefiero Ser Feliz.

Esta historia fue contada por una directora empresarial durante una conferencia sobre la simplicidad en el mundo del trabajo.
Ella utilizó el escenario para ilustrar la cantidad de energía que gastamos sólo para demostrar que tenemos razón, independientemente de tenerla o no.
Desde entonces, me pregunto más a menudo:
¿Quiero ser feliz o tener razón?


TU ERES EL RESULTADO DE TI MISMO. (Pablo Neruda)








No culpes a nadie, nunca te quejes de nada ni de nadie porque fundamentalmente tú has hecho tu vida.
Acepta la responsabilidad de edificarte a ti mismo y el valor de acusarte en el fracaso para volver a empezar, corrigiéndote.
El triunfo del verdadero hombre surge de las cenizas del error.
Nunca te quejes del ambiente o de los que te rodean, hay quienes en tu mismo ambiente supieron vencer; las circunstancias son buenas o malas según la voluntad o fortaleza de tu corazón.
No te quejes de tu pobreza, de tu soledad o de tu suerte, enfrenta con valor y acepta que de una u otra manera son el resultado de tus actos y la prueba que has de ganar.
No te amargues con tu propio fracaso ni se lo cargues a otro, acéptate ahora o seguirás justificándote como un niño, recuerda que cualquier momento es bueno para comenzar y que ninguno es tan terrible para claudicar.
Deja ya de engañarte, eres la causa de ti mismo, de tu necesidad, de tu fracaso.
Si tú has sido el ignorante, el irresponsable, tú, únicamente tú, nadie pudo haberlo sido por ti.
No olvides que la causa de tu presente es tu pasado, como la causa de tu futuro es tu presente.
Aprende de los fuertes, de los audaces, imita a los violentos, a los enérgicos, a los vencedores, a quienes no aceptan situaciones, a quienes vencieron a pesar de todo.
Piensa menos en tus problemas y más en tu trabajo y tus problemas sin alimento morirán.
Aprende a nacer del dolor y a ser más grande, que es el más grande de los obstáculos.
Mírate en el espejo de ti mismo. Comienza a ser sincero contigo mismo reconociéndote por tu valor, por tu voluntad y por tu debilidad para justificarte.
Recuerda que dentro de tí hay una fuerza que todo puede hacerlo, reconociéndote a ti mismo, más libre y fuerte, y dejarás de ser un títere de las circunstancias, porque tú mismo eres el destino y nadie puede sustituirte en la construcción de tu destino.
Levántate y mira por las montañas y respira la luz del amanecer. Tú eres parte de la fuerza de la vida.
Nunca pienses en la suerte, porque la suerte es el pretexto de los fracasados.






EL JUGADOR DE FUTBOL






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Así que recuerda: 
Siempre existe alguien que está orgulloso de ti, 
piensa en ti, 
quiere estar a tu lado, 
quiere sujetar tu mano, 
quiere que te encuentres feliz, 
quiere abrazarte, admira tu fortaleza, 
no le gusta verte sufrir, 
te ama por quien eres, 
te considera un tesoro, 
confía en tí 
y sobre todo te considera su hijo.

Sabes de quién hablo? 
No está de más decirte que el Padre Celestial está sentado en su trono observándote y cuidándote.